El 20 de Abril de 1866, aparecía en un diario de Las Palmas (Llamado “El País”, sin que guarde relación con el actual) un anuncio que exaltaba las excelencias del Jarabe de Rábano Iodado como sustituto del aceite de hígado de bacalao. Lo fabricaban los farmacéuticos de Su Alteza Imperial el Príncipe Napoleón (que moriría seis años más tarde) y traía un prospecto en el que se leían las recomendaciones de los más afamados médicos de París, igual que los fabricantes de lavadoras con los detergentes.
Este potingue demostraba su poder actuando contra el germen de las enfermedades escrofulosas y el infarto de las glándulas, dolencias todas desmitificadas en la quinta temporada de House, pero que en aquel entonces daban sus digustillos.
Nótese la exquisita discreción con la que se deja caer alguno de los poderes del ungüento:
“las personas adultas que tienen un vicio, una acritud en la sangre, una enfermedad en la piel, úlceras hereditarias o funestas consecuencias de las enfermedades secretas obtendrán rápidamente un alivio inmediato.”
Como anécdota, sirva el hecho de que este producto se vendía exclusivamente en la Farmacia Suárez que, al parecer, sigue existiendo en nuestros días. Si algún escrofuloso lector se acerca por allí, que pruebe a pedir una botellita y nos diga que tal va. Eso sí, beba con moderación no vaya a acabar como el Príncipe Napoleón.
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