miércoles, 8 de diciembre de 2010

"El triunfo de la tontuna"

By Calandrake
    
Carlo Maria Cipolla fue un lúcido profesor de Historia de la Economía que se hizo célebre por su ensayo "Leyes fundamentales de la estupidez humana", en el que venía a establecer que el tonto, como colectivo, resulta más influyente y peligroso que las peores organizaciones criminales.

La primera vez que lo leí, hace ya un porrón de años, me pareció un ingenioso aunque exagerado chascarrillo, de improbable aplicación en el mundo real. Ahora me parece que se quedó corto. Tendemos a pensar que son los golfos los que hacen que el mundo vaya como vaca sin cencerro. Y al hacerlo, infraestimamos temerariamente el enorme poder destructivo de la tontuna.


Este gráfico es una proyección de la teoría de Cipolla, calandracamente adaptada, y aunque no lo parezca al principio, es muy fácil de interpretar. La idea consiste en representar las actitudes y comportamientos humanos en un diagrama cartesiano. El eje horizontal representa el beneficio que los demás obtienen con un determinado comportamiento individual. El eje vertical indica el beneficio para el propio individuo. Como se imaginan, los valores negativos suponen un perjuicio.

Según esta teoría, las personas inteligentes son aquellas capaces de beneficiar simultáneamente a los demás y así mismas. Eso les coloca en alguna parte del cuadrante superior derecho del diagrama. En esa línea, los imbéciles se perjudican a sí mismos y a quienes les rodean. Lo que les confina en el cuadrante inferior izquierdo. Los golfos sacan tajada a costa de perjudicar al prójimo: cuadrante superior izquierdo. Y los santos, que se ganan a pulso el reino de los cielos, son los que hacen el bien en su entorno a costa incluso de su propio bienestar.

Como este diagrama da mucho de sí, aún permite etiquetar otras cuatro actitudes extremas. El egoísta, que se beneficia pero sin perjudicar a nadie (el egoísta no es un golfo). El hijoputa, que jode a todo el mundo sin sacar nada a cambio (hay que ser hijoputa). El suicida, que se inmola a base de bien, pero sin molestar a los vecinos. Y por último, el altruista, que nada obtiene para sí, pero contribuye notablemente a la alegría de su pandilla. Posiblemente porque le sobren recursos y el reparto no suponga merma notable en su patrimonio.

Haciendo un soberano ejercicio de reduccionismo, cabría esperar que cada individuo tenga la mayor parte del tiempo unas coordenadas definidas: cada uno es como es. De forma que si pintáramos un número grande de puntos, éstos llegaran a cubrir el diagrama por completo, en una pátina homogénea. Sin embargo, muchas son las sospechas que apuntan a un déficit de inteligencia motriz y a una infestación del cuadrante de la tontería.

Aunque parezca que todo esto destila muy mala baba, en realidad es justo lo contrario. Qué mejor manera de reconciliarse con la especie que descubrir que la maldad pura ha ido retrocediendo en favor del destructivo candor de la tontería. "Húndanme la vida desde la ignorancia, pero nunca desde el resentimiento", proclamaríamos a la luz de estas buenas nuevas.

Feliz Panetone.

   

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