Hay quién piensa que, después de un viaje, llegamos a Canarias en el momento en que pisamos suelo insular. Mentira nefanda. Estamos
ya en Canarias cuando, aún en el aeropuerto de partida, encontramos la puerta de embarque de nuestro vuelo al archipiélago.
Tras superar con éxito la facturación, el control de equipaje de mano y el de pasaportes (si lo hubiere), llegamos a ese limbo en el que escasean los asientos libres y los viejos miran fijamente, como desconfiando, la pantalla que se encuentra sobre la puerta. Los inasequibles al cansancio amagan con formar una cola para esperar de pie lo que podrían esperar sentados, mientras el resto de los pasajeros se relaja y comienza a departir. Es en ese momento en el que comenzamos a percibir el inconfundible acento del terruño y ya podemos decir que, aunque nos encontremos a miles de kilómetros,
estamos en Canarias.
En ese entorno de moderada distensión es cuando se viene arriba el
orco de aeropuerto. Se trata de individuos (usalmente grupos pequeños) que encuentran una inquietante
satisfacción en comportarse como si acabaran de emerger de una caverna tolkieniana. Exteriorizan a gritos una forzada canariedad y se aseguran de que
nadie quede fuera de su cono de audiencia. Comentarios zafios y relatos pormenorizados de incidencias en el control de equipajes generosamente sazonados con "ñoses" constituyen el repertorio más habitual.
Cada cierto tiempo, el orco mira de reojo al resto de la sala, como calibrando el éxito de su última ocurrencia megafónica. Si la cosa no arranca, puede recurrir a la música y para ello emplea el móvil del que surgen estridentes sonidos. La iniciativa suele ser recibida con palmas por su corrillo. En alguna ocasión, el orco ha improvisado partidos de futbito usando papel de periódico para confeccionar la pelota.
Si encuentras un grupo de orcos en tu puerta de embarque, no intentes distraerte leyendo porque jamás podrás concentrarte en medio del festivo barullo que organizan. Lo mejor que puedes hacer para evadirte es mirar la pantalla, como los viejos.
El orco no es malo. Simplemente se revela incapaz de controlar la alegría que le invade al vover a casa tras una
interminable contención de la canariedad. El orco es feliz porque se acabó el llamar
altramuces a los chochos y
cerveza a la garimba y, sobre todo, porque regresa a ese lugar en el que nadie te mira raro por hablar a gritos.
Avisado quedas.
Nota:
ResponderEliminarEl orco de aeropuerto y el orco fiestero solo se parecen en que a ambos les gusta comunicarse con sobrada sonoridad.
http://www.youtube.com/watch?v=Op-TND_BMP4
Nota:
ResponderEliminarNo todos los orcos están especializados. El orco a secas tiene también su página en este bestiario:
http://www.youtube.com/watch?v=q0iJwCZB_TI